En el intrincado lienzo de Elías Rafful, el arte se convierte en una expresión sagrada que transcende los límites de lo terrenal, erigiéndose como un puente hacia nuestra esencia divina. Su creatividad,  no solo nos conecta con la singularidad de cada ser, sino que también nos invita a una reflexión profunda sobre la interconexión entre el arte y la geometría.

​El círculo, símbolo sagrado en la obra de Rafful, adquiere una dimensión filosófica. Este elemento, reflejo de la dualidad en la unidad, encarna la armonía y totalidad presentes en el cosmos y en la experiencia humana. Los tres círculos entrelazados, que representan el cuerpo, el alma y el espíritu, trascienden la mera estética para establecer un diálogo filosófico sobre la conexión inmutable entre la materia y la espiritualidad.

​La maestría de Elías en la paleta de colores, su habilidad para combinarlos con destreza, y el ingenioso empleo de materiales reciclados no solo son manifestaciones artísticas, sino también herramientas filosóficas. Cada elección cromática y cada material reciclado incorporan capas de significado, sirviendo como metáforas de la diversidad cósmica y de la relación simbiótica entre el hombre y su entorno.

​Así, la obra de Elías Rafful se revela como una exploración filosófica profunda, una travesía intelectual que va más allá de la mera apreciación visual. Al sumergirse en esta creación, nos enfrentamos no solo a una ventana hacia la belleza, la armonía y el equilibrio, sino también a un discurso filosófico que despierta la reflexión sobre nuestra conexión con la esencia del ser y la maravilla del universo.